El nacimiento de Jesús, en un establo, tiene que ver con una puerta cerrada, con la ciudad llena, con la falta de hospitalidad o de atención de un pueblo, o con la compasión de quien finalmente les deja un techo donde cobijarse.
Es una historia de cara y cruz, de luz y sombra, donde unos se asoman al milagro, y otros ni se dan cuenta de lo que ocurre. Y así sigue siendo la Navidad, un tiempo de contrastes, de posibilidades y de oportunidad.
Es una historia de cara y cruz, de luz y sombra, donde unos se asoman al milagro, y otros ni se dan cuenta de lo que ocurre. Y así sigue siendo la Navidad, un tiempo de contrastes, de posibilidades y de oportunidad.
Así que los que estaban bien guarecidos, bien refugiados, siguieron durmiendo a pierna suelta, y no se enteraron de que, allí, a pocos metros, un niño nacía.
No descubrieron algo admirable en un niño acostado en un pesebre, porque ni siquiera lo vieron. Y eso es, a veces, lo que asusta un poco.
Señor. No quisiera no enterarme de lo que ocurre. No quisiera vivir tan absorto en mi historia, mis preocupaciones y compromisos, mis urgencias e intereses, que pierda la capacidad de estar atento… porque tú pasas, sigues pasando, y viniendo, a nuestras vidas. Así que mantenme los ojos abiertos, los oídos atentos, y el corazón sediento. De ti, de tu evangelio, de la buena noticia…
Tenian un sitio en sus vidas
Los pastores, y los magos, y quizás algún que otro caminante despistado. Los que se echaron al camino, o estaban fuera, y por eso mismo fueron capaces de reconocer a uno de los suyos. Los que no tenían nada que perder, y mucho que esperar. Los que supieron escuchar. Los que dejaron que el amor les guiara. Los que creyeron en las promesas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario